UN
CUENTO PARA SOÑAR
Érase una vez un pueblo normal lleno
de gente normal con vidas normales.
Érase una vez un habitante diferente, un personaje que no era como los demás. Lilia lo sabía, era evidente su diferencia pero aún no había entendido que era especial.
Érase una vez un habitante diferente, un personaje que no era como los demás. Lilia lo sabía, era evidente su diferencia pero aún no había entendido que era especial.
Era gordita, con una larga melena
pelirroja y pecas en la cara. No tenía hermanos, sus padres eran mayores y
vivían con su tía.
Mientras su madre y su tía cosían en
la mesa camilla del cuarto de estar ella jugaba a esconderse bajo las faldas de
la mesa fingiendo ser un pollo asado.
Veía la vida borrosa, por ello su
madre puso una goma atada a su cabeza para que no perdiera las gafas. Las
necesitaba para leer pero nunca leyó para dormir sino para soñar.
En aquel pequeño pueblo en el que
vivía, cada mañana los niños iniciaban
su camino a la escuela. Lilia sabía que no se llegaba muy lejos a lo largo de aquel
camino porque no se trataba solamente de una cuestión de distancia. Su cabeza contenía una actividad
diferente que podía llevarle mucho más allá de la escuela: la creatividad.
La hora de gimnasia, en la que tanto
disfrutaban los demás, suponía una tortura para ella así que en aquella cancha
de baloncesto desconchada, apoyada en las espalderas laterales aprendió algo
que nunca aprenderían el resto de sus compañeros; aprendió a volar.
Entre retales, botones, cintas y
vestidos imposibles se elevaba hasta lo más alto y recorría todas las pasarelas
del mundo, las que existían y las que no.
Un día escuchando la clase que un
profesor, a través de su indiferencia, les estaba explicando… se quedó dormida.
Cuando despertó había crecido en altura y sus ideas en profundidad. Vivía en
una pequeña ciudad, Pamplona. Su nueva casa era como un libro infantil que
abres y despliegas y del que van saliendo pequeños compartimentos secretos. El
salón por la noche se dividía en dos. Una mitad se convertía en su habitación y
estirando de una manilla de la pared aparecía su cama.
Empezó entonces a vivir una
adolescencia de rebeldía silenciosa, sin
portazos ni gritos, sin dejar de ir a misa los domingos ni llegar más tarde de
la hora acordada. Sólo la manifestó dibujando en su cuerpo algo que siempre le
acompañaría.
Cada mañana decidía si seguir
durmiendo o levantarse y perseguir sus sueños. Embarcada en el descubrimiento
de una carrera universitaria conoció a Mireya y su piso de permanente jornada
de puertas abiertas. Álvaro, su hermano, vivía con ella. Cantaba en un grupo
que había formado con unos compañeros de clase y al que llamaron Lady Jean Bean
pero cuya música jamás traspasó las paredes de aquel piso en el que las
revistas de los Jueves hacían cola en el bidet y se tocaba la felicidad.
Por allí pasaron profesores,
militares, curas y por supuesto todos los amigos que Lilia, Álvaro y Mireya hicieron
en la universidad:
Laura, a la que creyeron asexual (ya
que nunca mostró el menor interés hacia nadie), Nerea, una borroka sin remedio,
Iñaki, un heavy que a Lilia le hacía gracia, Oihana, una matriculitas, probablemente
la número uno de la clase, Natalia, que soñaba
con echarse un novio inglés y bohemio y Dani, este se dejaba caer de vez en cuando por
allí porque estudiaba y vivía fuera con su novia.
En su futuro cabía todo lo que aún no
le había sucedido y no paró de abrir nuevas puertas que daban a lugares
insospechados; leyó muchísimo a autores que desconocía, viajó a pueblos,
ciudades, paisajes comunes o de esos que sientes que sólo tú has visto, viajó
en autobús, en coche, en tren y con su imaginación…, cada día tenía un rumbo
diferente en aquella época en la que todo era posible, desde una incursión
ocupa al piso de Josemi, (un compañero de clase al que apenas conocían), a las
noches infinitas de los jueves, de los viernes, de los sábados…o a las
tertulias de los domingos en un café con compañeros de inquietudes similares.
Todas estas emociones empezaron a
mezclarse en su cabeza como si de una coctelera se tratase hasta que calló en
un profundo sueño.
¡Qué puerta más pesada! y se cerró de
pronto, con un golpe y desapareció.
Le rodeaba Madrid. De su adolescencia
sólo conservó el tatuaje. Estudió diseño y se fue a vivir a un piso compartido.
Abandonó el negro animándose a dar nuevas pinceladas de color a su vida. Se
enamoró de un mensaje de texto que pasó a ser una llamada, y otra y otra… y más
tarde a tener cuerpo. Todos sus amigos eran nuevos. Conoció a una joven
japonesa que se casó embarazada en las Vegas con un chico vestido de Elvis, a Luís,
un homosexual que buscaba la luz en cuartos oscuros, a Patricia, cuya línea
divisoria entre la prostitución y la clausura pesaba 30 kilos…
Y dio rienda suelta a su creatividad.
Pero en aquella vorágine de vestidos,
tocados, broches, bolsos y muñecos, soñadora sin remedio, Lilia volvió a
dejarse caer en brazos de Morfeo.
Despertó de nuevo en su ciudad
universitaria. Era como viajar al futuro habiendo cambiado el pasado.
Mireya era madre de dos niñas, Álvaro
profesor de una academia, el piso de ambos estaba deshabitado, siempre cerrado,
no se podía ir de ocupas a una fiesta en casa de Josemi porque este vivía en
Londres mientras que Dani ahora había vuelto a Pamplona porque había dejado a su novia al aceptar que
era gay. Laura no resultó ser asexual y se había casado con Iñaki (el chico que
le hacía gracia a Lilia y que lejos de seguir vistiendo camisetas heavys y
llevar coleta ahora era un serio doctorando.
Nerea había abandonado su palestino y su
mochila a rayas por un fular y un bolso porque se había dado cuenta de que así
se ligaba más. Natalia vivía en la
Chantrea con un chaval de lo más castizo y Oihana era
profesora en un colegio porque después de salir en el cuadro de honor de su
carrera decidió que aquello no era lo suyo y estudió magisterio infantil.
Lilia muchas veces pensaba en sus
sueños. ¿Por qué nadie les daba importancia? casi pasamos el mismo tiempo
dormidos que despiertos. Sentía que solo en ellos su creatividad no conocía
límites.
El verse convertida en mujer le llevó
un tiempo de ansiedad y desorientación que supero con ayuda de todas las
personas que había ido acumulando con el paso del tiempo. Se casó con el que
siempre fue su novio, recuperó para mañana a las amigas de ayer y trabajó en
Pamplona lo que aprendió en Madrid.
Una tarde cualquiera quedaron todas para
ir a un concierto. Un grupo incipiente llamado La Biscuit Box tocaba en un local de San Juan. El concierto en
realidad, no era más que una excusa para volver a reunirse ya que en el mundo
adulto la vida era tan ajetreada que,
aunque ahora vivían todos en la misma ciudad, apenas se veían.
En la puerta del local volvían a estar juntos otra vez. Por fuera eran
diferentes. Estaban mayores, con la seriedad que caracteriza a la edad, con más
kilos y menos pelo aunque más elegantes en general… pero por dentro eran los
mismos, con las mismas ganas de vivir y felices del reencuentro.
Tras mucho intentar sintetizar su vida para poder
poner al día al resto de cómo les había ido, la mayoría se quedaron con
recuerdos de momentos triviales de aquellas tardes tranquilas universitarias
donde su interior empezaba a emerger y todos fueron juez y parte de aquellos
cambios.
Intercambiaron diálogos tontos y risas
flojas y decidieron hacerse una foto para recordar el momento, para que en un
futuro sirva como prueba del pasado.
Una de esas fotos que cuando al cabo
de los años aparecen dentro de un libro que te apetece releer, no recuerdas por
qué todos reían pero sí que aquel momento fue feliz aunque puedas ver en sus
ojos sueños que nunca se materializaron.
Entraron en el local y tomaron unas
copas mientras esperaban a que diera comienzo el concierto.
Empezó con las luces apagadas y un
aplauso ensordecedor que se intensificó con la aparición en el escenario de
alguien de negro, con un pitillo y un sombrero de mapache. Era Álvaro. Miró al
público y sonrió al volver a ver a sus amigos, a los que hacía años que no veía y mucho menos juntos.
Tardó unos instantes en empezar a
hablar y preguntó:
"¿Alguien conoce este poema de Pablo
Neruda? dice:"
Lilia
miró a su alrededor. Miró las caras de todos ellos. Respiró hondo y sonrió. Contempló
la tarde que se escapaba y sintió por un instante la grandeza que da el tiempo
a los pequeños momentos. Dentro de unos años, de muchos sueños…aquel momento
seguiría intacto en su recuerdo. Recordaría si hacía frío o llovía mirando la
ropa de la foto que se habían hecho antes de entrar al concierto. Así mismo
recordaría los años que habían pasado desde aquella foto hasta el momento
viendo sus rostros. Pero lo que siempre recordaría aunque nunca volviera a
verles, aunque nunca encontrara la foto…lo que no olvidaría jamás es lo que
sentía en aquel momento, escuchando aquel poema tan revelador, sintiéndose
despertar y estando redeada de todos ellos.
Como
si la vida fuera un holograma que emerge ante sus ojos dejó de tenerla borrosa
y entendió que había conseguido alcanzar sus sueños estando despierta.
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