RESACA DE SAN FERMÍN
Ya falta menos. Ocho días al año durante
todos los años de nuestra vida. Ocho días y resaca de un año por el cocktail de
risas, fuegos, bailes y alcohol. Ocho días de intensas emociones que nos
acompañarán siempre.
Empezamos a disfrutar de las fiestas desde
que apenas sabemos hablar, contemplando asombrados los polichinelas, avisando a
“Gorgorito” de que viene la bruja por detrás. Nuestras primeras carreras las
hacemos delante de los cabezudos y hacia los gigantes a los que entregamos nuestro
mayor tesoro: el chupete. Aparcamos la silleta para cambiarla por un caballito
o un coche de bomberos y miramos (mientras tocamos la campana) cual será la
atracción en la que podremos subir el año que viene. Y con una manzana de
caramelo o un algodón de azúcar nos dirigimos al parque de la Ciudadela para ver
explotar el cielo en colores llevándonos
a la cama todas esas imágenes que guardaremos hasta el año siguiente.
Llegarán atracciones cada vez más
emocionantes y aparcaremos el coche de bomberos para subirnos en un barco
pirata y cambiaremos la manzana de caramelo por unos boletos de la tómbola y el
dormir tras los fuegos por bailar en los bares. Pero no siempre la edad nos
llevará a elegir el riesgo. Llegará un momento en que en lugar de salir con las
peñas y coger una entrada de sol para los toros, saldrás con tu pareja a una
entrada de sombra, cambiando la emoción del barco pirata por el romanticismo de
la noria y los bares por las verbenas.
Y nos perderemos en el bullicio de la parte
vieja donde los colores blanco y rojo crean un conjunto inseparable y los
olores a vino, churros y pólvora formarán un único olor: a fiesta. Durante unos
días desaparecen las caras habituales por otras extranjeras, el día por la
noche, la comida de casa por los bocadillos,
andar por bailar, hablar por
cantar, pensar por sentir... Lo anormal se convierte en norma compartida
por todos.
Después de varios años jugando en el patio de
la escuela a correr delante de los toros llega el año en que puedes hacerlo de
verdad. Eres una gota más en ese río blanco y rojo que fluye cada mañana a las
ocho, formando parte de la única carrera en la que todo el mundo tiene el mismo
favorito: los mozos.
La tensión llega hasta el vallado, hasta los
balcones... y más allá, atraviesa pueblos y países y se comparte desde casas de
todo el mundo, desde coches camino al trabajo, desde talleres, bares... Se
dispara el cohete y comienza la carrera. Estás dentro y tienes que correr hasta
llegar a la plaza. En el camino escuchas los ánimos de los que te miran e
imaginas a los que no ves. Tu mente recorre todos los sanfermines que has
vivido a lo largo de tu vida hasta llegar al momento de la carrera: te
visualizas temiendo por el pobre Gorgorito, por ti mismo al ser perseguido por
“Cara Vinagre”, recuerdas el miedo que pasaste el día que subiste en
“Revolution” y las ganas de cada año de correr el encierro. Ahora estás ahí.
Las miradas os empujan hacia la plaza, las caídas sobresaltan todos los
corazones y las cogidas hacen aflorar un único grito como si el mundo entero
tuviera una sola garganta. Y por fin ves la plaza de toros y oyes la charanga y
los gritos y aplausos de los que esperan para recibir a los corredores.
Sonriendo y aún nervioso piensas en tu próximo encierro.
Ahora nos encontramos en la semana posterior
a San Fermín, es la vuelta a la normalidad; el comercio vuelve a los
escaparates dejando las calles vacías de puestos y de gente para que las
pasees, las estrellas vuelven a ser lo que más brilla en el cielo apacible y
silencioso , descubrimos que bajo los sacos de colores de los extranjeros se
hallaba un parque verde que no huele a vino sino a hierba y el humo ya no sale
de las barracas sino de los tubos de escape de los coches. De nuevo las caras de la calle te resultan
familiares. Los colores blanco y rojo dejan de ser un conjunto y la gente
vuelve a caminar seria, sin bailar ni cantar... como si toda la magia hubiera
desaparecido de golpe.
Al detenerte en un escaparate ves en tu
reflejo que tú también eres uno de ellos; llevas un vaquero azul con una camisa
gris y permaneces quieto mirando una licorería sin saber por qué. Otro hombre
serio se detiene a tu lado movido por la misma inercia. Entonces comprendes que
la magia no ha desaparecido sino que
está en el interior de todos aquellos que han vivido las fiestas. Lo
comprendes cuando ves aflorar una
sonrisa en su rostro mientras observa una botella con la silueta de un toro. Tú
también sonríes, le miras y dices: ya falta menos.